Gracias al instinto gregario de la especie humana, en cada época
existen una serie de verdades universales que muy pocos se atreven a
cuestionar. Ya hablemos de ciencia, religión o economía, quienes osan apartarse
de la ortodoxia vigente deben afrontar resistencias que pueden ir desde el simple
descrédito hasta la mismísima hoguera, según el grado de salvajismo de los
fundamentalistas de turno.
Puesto que todos sabemos que la Tierra resultó no ser plana y que el
hombre sí puede correr los 100 metros en menos de diez segundos, resulta
asombrosa la tendencia humana a la incansable repetición de lugares comunes en
relación con la economía. El gran problema es que no se trata de meras elucubraciones
teóricas, sino de creencias arraigadas que determinan nuestras decisiones y
comportamientos económicos, y que sobreviven incluso a las evidencias empíricas
en contra: ni siquiera la crisis que tenemos delante de los ojos parece ser
capaz de llevarnos a cuestionar la sensatez y veracidad de algunos de estos
"mitos y leyendas".
Las cinco afirmaciones que vamos a ver, y que forman parte del acervo
cultural e incluso religioso de muchas sociedades, no sólo comprometen nuestro
bienestar al propiciar decisiones financieras poco inteligentes, sino que
constituyen barreras invisibles, pero muy sólidas, frente a cualquier intento
de sensibilización o educación financiera. De ahí nuestra insistencia en que la
cultura financiera es mucho más que una cuestión cognitiva: para que las
capacitaciones tengan éxito deben tener en cuenta el punto de partida de las
personas a las que se dirigen. Por desgracia, ese punto de partida suele
incluir uno o varios de los siguientes mitos:
Mito nº 1: El ladrillo es
una inversión segura: ¡su valor siempre sube! Por favor, que levante la
mano quien no haya oído jamás esta frase. ¿Y bien? Ninguna mano alzada, claro.
Desde que empezamos a generar un mínimo excedente de ahorro y se nos plantea el
dilema de dónde ponerlo a buen recaudo para que nos genere rendimientos, esta
frase la oímos repetida como un mantra a familiares, amigos, colegas... e
incluso a los gobernantes. Ante tan férrea unanimidad, ¿quién es el valiente
que se atreve a sostener lo contrario?
Al margen de los intereses particulares que algunos políticos y empresarios
mantienen en favor de esta idea, muchas personas consideran que las inversiones
"palpables" son más seguras e incluso más éticas que las que se basan
en meros apuntes contables. Si bien los desmanes financieros de los últimos
años han reforzado en gran medida tal impresión, al permitir que se generaran
grandes fortunas basadas en la venta intensiva de humo, conviene recordar que
la aparente revalorización eterna de los inmuebles (normalmente en forma
de “burbuja”) también suele ser consecuencia de trapicheos y abusos especulativos.
Las consecuencias de creer en este mito están a la vista: se confunde
la ocasional inversión en inmuebles de los recursos excedentes con destinar a
la compra de la vivienda todo lo que se tiene… ¡y también lo que no se tiene!
Mito nº 2: No hace falta
aprender economía: para el
manejo de las cuentas diarias no se precisan grandes conocimientos. Sí
y no. Esta creencia es especialmente tramposa porque encierra una parte de
verdad (no hace falta una licenciatura universitaria para tomar decisiones
financieras inteligentes), pero no tiene en cuenta que funcionamos según un
condicionamiento económico del que no somos conscientes, y del que únicamente
podemos librarnos "aprendiendo" formas alternativas de administrar
nuestros recursos.
Una mamá me explicaba hace poco que le parece muy importante dar
educación financiera a su hija, pero que primero tiene que conseguir que deje
de morderse las uñas y que adquiera buenos hábitos alimenticios… Cuando consiga
eso, ¡ya se planteará abordar esos temas tan espinosos! No podemos sino
solidarizarnos con estos padres abrumados por la enormidad de los desafíos que
plantea la tarea educativa y que, en el fondo, tampoco se sienten seguros de
sus habilidades en la gestión de la economía personal, y menos aún de cómo
hablar con sus hijos sobre el dinero. De este modo la educación financiera se
va dejando para algún momento futuro que, por supuesto, jamás llega. Funcionamos
con el “piloto automático económico” y replicamos una y otra vez
comportamientos financieros cuya utilidad ni siquiera nos planteamos.
Mito nº 3: Aprender economía
es demasiado complejo, está fuera de mi alcance. De modo harto
paradójico, esta consideración suele coexistir con la anterior, sin que sus
víctimas aprecien contradicción alguna: “La economía y las finanzas son tan complejas
que no puedo entenderlas y, por lo tanto, no merece la pena que me moleste por
aprender ni lo más básico: después de todo, mi dinero se administra solo sin
que yo le dedique excesiva atención”.
¿En qué quedamos? ¿Se administra solo porque es facilísimo y no
requiere ni nuestro tiempo ni nuestra atención, o entender el funcionamiento
del dinero es complicadísimo y excede nuestras capacidades intelectuales?
En realidad, aunque se formulen de manera opuesta, los mitos 2 y 3 son
el mismo: “Se me ocurren infinitas cosas más interesantes, urgentes y
atractivas que hacer antes que sentarme a hacer un presupuesto o ponerme a
pensar en mis objetivos personales y financieros”. Nada más lejos de mi
intención que criticar este enfoque: nos ocurre a la mayoría. Eso sí, tenemos
que ser conscientes de hasta qué punto nos perjudica dejar nuestras
finanzas a la deriva mientras nosotros contemplamos el paisaje.
Mito nº 4: No es posible
hacer dinero sin ensuciarse las manos. Hoy día, la lotería parece ser
el único medio socialmente aceptado para acumular razonables cantidades de
dinero en poco tiempo. Por otra parte, todos los que jamás hemos sido
agraciados con tan imprevisible recompensa nos regodeamos con la idea
(verdadera, por otra parte) de que "un elevado porcentaje de los que ganan
grandes cantidades en la lotería están arruinados en menos de tres años".
¡Justo castigo divino! Todos sabemos que, en realidad, el dinero hay que
ganarlo con muchísimo esfuerzo y sufrimiento y, cuando no es así, lo más lógico
es que desaparezca como el oro de los leprechaun
(duendecillos irlandeses de escasa moral financiera: prometen dinero con gran
soltura, pero se trata de un oro encantado que desaparece de manera súbita).
Lo cierto es que los escándalos económicos y políticos hacen un flaco
favor a la causa de la educación financiera. En España, resulta un tanto
asombrosa la propuesta de una diputada para que "se enseñe educación
financiera y tributaria desde la escuela, con el fin de concienciar a los
ciudadanos sobre la importancia del cumplimiento de las obligaciones
fiscales". En primer lugar, esto demuestra un oportunismo lamentable (hace
mucho tiempo que diversos colectivos, instituciones y docentes vienen clamando
por una mayor presencia de estas cuestiones en el entorno educativo). Sin
embargo, lo peor es que también indica una notable falta de comprensión de lo
que es en realidad la educación financiera. No es posible “enseñar”
responsabilidad fiscal en las aulas: la inclinación a cumplir con las
obligaciones tributarias en la edad adulta no es una cuestión de conocimientos
académicos ni de enseñanzas motivadoras, sino de valores generales que no se
inculcan en un libro de texto ni en un taller formativo, sino que deben vivirse
y respirarse en la escuela, en casa y en la vida pública.
El gran problema de este mito es que asocia la deshonestidad con las
actividades empresariales. En los países latinos, donde somos muy proclives a
cuestionar los logros ajenos, nos apresuramos a atribuir el éxito en los
negocios a la simple suerte o, si se prolonga en el tiempo, a la segura
realización de prácticas “sospechosas”. ¡Inconveniente enfoque para la
educación de futuros emprendedores que contribuyan a generar riqueza y
prosperidad!
Mito nº 5: La educación
financiera es una herramienta para difundir el capitalismo. Recientemente,
una docente me confesó que la idea de hablar sobre el dinero a los niños le
provoca un gran rechazo, ya que le parece una manera de inculcarles el
materialismo con el fin de sostener el sistema capitalista. Aunque no todos son
capaces de formularla de manera tan explícita, esta creencia está más difundida
de lo que parece.
Son varias las confusiones que alimentan este mito, y no tienen
demasiado que ver con los excesos y fallos evidentes del sistema capitalista. Mientras encontramos el sistema perfecto, una buena cultura financiera sigue siendo el mejor recurso para alcanzar libertad e independencia, sean cuales sean las realidades
económicas, sociales o políticas del entorno.
Como conclusión, proponemos una definición “anti-mitos” de lo que
significa tener una buena cultura financiera: Es la capacidad de una persona para obtener, de manera ética y
sostenible, el mayor provecho posible de los recursos que se encuentran a su
alcance, adaptándose a las circunstancias
sociales, económicas, financieras y políticas que existan en cada momento”. ¿Alguna idea para completarla y mejorarla?
No hay comentarios:
Publicar un comentario